Estaba tranquila en la cama, despierta pero aún dormida, y suena el pitido del portero de la cancela de forma que me hace saltar espasmódica. Mi gata que apoyaba su cabecita contra mi cadera, lo mejor cuando se está en pleno verano para dormir bien calentita, cae sobresaltada después de recibir el empujón de mi pierna.
— Lo siento, lo siento.
Me mira con cara de perdonarme la vida mientras se despereza; estirando todo el cuerpo.
— ¿¡Quién puede ser!? No he hecho pedido a Amazon y ni siquiera es jueves que es cuando viene el del butano.
Bajo las escaleras corriendo para evitar que se me fuera el tipo inquisitivo que a las ocho y media de la mañana llamaba con tanto brío que pareciera querer quemar el timbre.
— ¡UN MOMENTO, UN MOMENTOOO! — a voces— me percato que no llevo aún puesto el sujetador. No me gusta que nadie me vea de esa guisa y dudo si salir de todas formas o darme la vuelta al cuarto y buscarlo. “Que espere, no voy a salir más de mala manera y a pasar apuro”.
Grito de nuevo para que sepa que hay gente en la casa y no deje la odiosa nota de aviso para recoger lo que sea a Correos. Me lío poniéndome el sujetador que yacía en el respaldar de la silla y me pongo tres veces las corchetas cojas; bajo la escalera casi resbalando, con el pijama corto mal colocado. Me miro al espejo y peino mi pelo como puedo con las manos, para que no se me vea muy destrozada y con cara de recién levantá.
“Bueno, no me ha dado tiempo ni a un peinacillo. Qué más dará si será el cartero…”
Aún tenía que tener las legañas pegadas a los ojos porque la persona que estaba en la puerta no parecía ser un mensajero. Tenía un traje muy elegante de raya diplomática y unas gafas de pasta negra. El pelo entrecano, brillante y repeinado como el que llevaban los hombres cuando estos se podían aún llamar hombres: elegantes, guapos, varoniles, encantadores… Esos galanes de las películas del Hollywood dorado.
Y yo plantada delante con el pijama lila de Primark, algo sudado en el área de los sobacos y con un lamparón de la cena coronando mi pecho.
Saludó con una sonrisa limpia y bonita, de dientes de perlas y labios de rubí. “¿Eso no era una canción? Debía de estar ovulando para tanto romanticismo mañanero.”
Me puse roja. No sabía quién era, pero a la vez lo conocía.
— Good morning! Are you Victoria? The most fabulous, creative, gorgeous scriptwriter!
— Sí, soy Victoria. Guionista y escritora de cuentos para servirle. Y usted es… ¿Cary Grant? — No, no puede ser porque ese actor murió. — pensé.
Entonces fue cuando no pude resistir más y abrí la puerta. Si era un imitador, merecía la pena conocerlo. Pasó rápido al interior de mi casa. Ya me estaba yo arrepintiendo porque aunque guapo, era un extraño y podía ser un asesino en serie y yo ser la víctima que apareciera en los titulares de los periódicos del día siguiente.
Era muy alto y le quedaron las piernas dobladas, mientras se colocaba en el sillón. Llevaba un maletín de cuero marrón cuyo contenido ya me estaba intrigando. ¿Y si tuviese dentro una soga o un bote de arsénico? Lo que fuera que quisiera que me lo dijera ya por compasión. Contemplé sus grandes manos con algunos pelillos en los nudillos. Me miró con expresión dulce. Hablaba un inglés correcto más británico que americano.
— Hola, Victoria. Perdóname por aparecer de esta forma en tu casa. Soy actor, pero hace años que nadie sabe de mí. Quisiera hacerte un ofrecimiento.
— Concretamente nadie sabe de usted desde 1986. ¿Me equivoco?
— Hace muchos años que no hago una película, pero quiero volver al cine a lo grande. — dijo levantando los brazos para dar más énfasis. — Que mi nombre y mi imagen estén en las carteleras en los cines de todo el mundo y eso solo lo puedo conseguir si me actualizas y me adaptas a lo que se hace hoy.
— Es que si usted es quién yo creo debería de tener cerca de ciento veinte años y aparenta unos cincuenta y dos. No puedo escribir para un señor fallecido.
— ¡Tócame! — sonrió dándome la mano y apretando fuerte. — ¿Crees que estoy muerto?
— No lo sé. — dudé. — Se parece usted mucho a Cary Grant… Pero oiga no me mire de esa manera. — me sonrojé.
— ¿Has visto este maletín?
— Sí.
— Es el adelanto por tu trabajo. Aquí hay tres millones de dólares americanos. Afuera está esperando un coche. ¡Ese de ahí!
Me asomé por la ventana. En la cera de enfrente había un enorme Lincoln MKZ negro impoluto, majestuoso : parecido a un Jaguar. Sentado al volante, un hombre grandullón de mandíbula prominente y proyectada que le hacía parecer al padre de la familia de los Increíbles.
— Nos llevará al aeropuerto y tomaremos un vuelo privado directo a Los Ángeles. No te faltará de nada para que te inspires y me hagas una buena historia.
— Si tuviera que escribir para usted sin duda la película tendría humor negro, acción, intriga y por supuesto una historia romántica con alguna actriz rubia actual. ¿Scarlett Johansson? No, mejor Gwyneth Paltrow que es más simpática.
— ¡Bravo! Vayámonos.
— Un momento que me vista y encuentre mi pasaporte.
Subí corriendo las escaleras. Encontré la mochila que compré para mi viaje a Londres que tiene el tamaño aceptado para no tener que facturar. Metí un pijama, varias mudas, mi portátil, un vestido largo, ropa más casual, un neceser y varios pendientes.
De repente noté un cosquilleo intenso por la nariz. ¡No sé a qué venía eso! Me dieron ganas de estornudar. Estaba tumbada en la cama. Mi gata pegada a la cara, mirándome con sus ojos verdes sin parpadear. No, no puede ser…
Me levanté corriendo y miré por la ventana. ¿Dónde está el haiga* que me iba a llevar al aeropuerto? Bajé las escaleras bamboleante. Miré en el salón, hacia el sillón. ¿Dónde se ha marchado, Cary Grant?
Me toqué el pecho; no tenía puesto el sujetador. Todo lo que había pasado: el timbrazo del portero, los tres millones y el cochazo con el americano rubio dentro habían sido un sueño; pura invención de mi cabeza. Pero, ¿y aquel apretón de manos con los nudillos llenos de pelos?
Una nota en la mesa y una rosa roja:
Keep it going*!
Bajé del cielo para decirte que sigas creyendo en ti.
Te quiero, Victoria.
Cary
FIN
Victoria Eugenia Muñoz Solano©
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Keep it going* : modismo en inglés que significa continúa, persevera, sigue adelante.
Haiga*: El coche más grande, mejor; se usaba esta palabra para referirse a un coche grande americano en la España de la postguerra.