— ¿¡Pero qué te ha pasado!? ¡Dios mío! Ven mamá, ven…
— Oh, ¡pobrecito!
Clara se abrazó con fuerza a su madre, ambas lloraron durante todo el día y, luego, muchos días después. Pantera se marchó de forma silenciosa, sin molestar, sin hacer sospechar a nadie que sufriera enfermedad alguna.
Una luz muy fuerte y un sonido estruendoso. Clara sintió caer por un tobogán infinito. ¿Qué era aquello tan extraño? Al final había una verja, una verja aurífera y deslumbrante.
Era una puerta enorme y un señor mayor con unas llaves, se iba acercando hacia a ella.
— Hola, Clara. Aquí hay muchos esperándote, pero conmigo viene el que más tiempo lleva sin verte, Pantera. ¡Dios mío! Pero qué inquieto que es: siempre enredando entre las piernas.

Pantera y Clara, Clara y Pantera. Aquella noche en el cielo brillaban las estrellas.
Victoria Eugenia Muñoz Solano©
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