— Tendrá que quedarse a dormir la mayoría de los días, ¿está de acuerdo?
— No me importa estar interna con tal de poder trabajar.
Fui yo la que me postulé para el puesto; llevaba años esperando para poder desarrollar mi vocación docente.
En realidad, pensaba que ya no existirían internados como aquel. Todos eran niños ricos, pero muy disruptivos, tanto como para protagonizar cada uno varios episodios de “Hermano Mayor”.
Firmamos el contrato y yo feliz porque iba a poder por fin dar mis clases y el salario era francamente bueno.
Una noche entró un chico en mi habitación con las manos llenas de sangre.
— ¿¡Qué has hecho!?
— Ya no podía más, no podía más.
En la habitación ningún alumno dormía, todos gritaban: era el fin de Roberto, el Abusón.
Desde entonces decidí dejar de enseñar: la imagen de aquel camorrista con el cuchillo del almuerzo clavado en el corazón, me persigue todas las noches.
Victoria Eugenia Muñoz Solano©
Me encantó. Tan fuerte como conciso. Sorprende el final tan crudo. Gracias.
Hola, Amalia:
Muchas gracias por leerlo. Me alegro que te haya gustado. Puedes bajar en la página y seguir leyendo los últimos. Si quieres subscribirte y estás en un móvil, baja hasta el final la página y deja tu correo en el casillero. Si estás en un pc en la parte derecha de la página está el mismo casillero.